Excursión: Ruta del Huerva, de Muel a Mezalocha. Pantano,Mirador del Hocino y más allá.

Hola amigos, esta vez he vuelto al Pantano de Mezalocha, pero por otra ruta y con otro amigo. Anteriormente con mi amigo David llegué hasta este bonito lugar, sorprendentemente muy poco conocido para muchos zaragozanos pese a estar tan próximo. Es lo que digo siempre, tan cerca de casa y a veces tan desconocido. Fue en el verano de 2018, con otro cielo, y con otra temperatura ambiente, y haciendo un recorrido mucho más largo, cuando estuve por primera vez. Pero esto es otra historia que colgaré próximamente en este blog.

Esta excursión la hice el 17 de marzo de 2019, en un domingo invernal, casi a las puertas de la primavera, con una máxima de 19 Cº y cielo despejado, aunque con algunos intervalos nubosos. Así que ese día preparo la mochila con todo lo habitual y recibo un whatsapp de mi amigo Ángel diciéndome que pasará a buscarme con su coche para dirigirnos a hacer la excursión. El día anterior le propuse dos alternativas, o el Pantano de Mezalocha, pues no conocía bien la zona, o las trincheras de Alfajarín. Se decanta por Mezalocha.

A la hora convenida llega con su veterano Peugeot 205 blanco, que seguro ha visitado multitud de destinos, pero que se ve muy cuidado. Me llama la atención la pegatina que luce en el cristal del portón trasero; pone «LIMITE», en color verde, es la de la tienda de material de montaña del mismo nombre y que estaba en la Avenida de Valencia número 26. ¡Qué tiempos!. Casi todos los que practicaban en esa época senderismo y escalada la conocían.


Recorrido de la excursión, unos 16 kilómetros aproximadamente, en total. La última parte de dificultad moderada.

Salimos por Vía Ibérica y enfilamos la carretera de María de Huerva en vez de ir por la autovía mudéjar. El viaje en coche es corto, pero se hace ameno. Hace tiempo que mi amigo y yo no nos veíamos, y aprovechamos para hablar de aquellas antiguas excursiones por el Pirineo que hicimos y de gentes y conocidos en común. Vamos avanzando y pasamos Cuarte, Santa Fe, María de Huerva, Botorrita…cuando miro por la ventanilla del coche y veo los paisajes y los caminos, distingo y reconozco todo lo que veo, pues lo he hecho todo a pie, y pienso lo rápido que se cubre en coche una distancia que andando cuesta horas. Pero no me lamento en absoluto de haber recorrido esos caminos, pues cada árbol, cada rincón, cada detalle los he disfrutado tranquilamente como una experiencia única y enriquecedora.

Llegados a la altura de Muel, dejamos la carretera general y entramos en las afueras del pueblo, y enseguida hacia la derecha hay una indicación para dirigirse a Mezalocha. Vamos hacia allí. Otra vez reconozco el lugar, lo he hecho andando. Pero al momento, mi amigo me dice, ¿y si en vez de ir a Mezalocha directamente, dejamos el coche en Muel y vamos andando? Así vamos calentando. Me parece fenomenal. Así que damos la vuelta al coche, y otra vez hacia Muel.

Una vez allí, decidimos que vamos a realizar la caminata a lo largo del curso del río Huerva que va de Muel a Mezalocha, que casualmente yo también llevaba tiempo queriendo hacer, pues anteriormente, en el 2018, utilicé una ruta diferente. Son unos 5 km más o menos.

Ermita de la Virgen de la Fuente. Muel

Aparcamos el vehículo junto a la ermita de la Virgen de la Fuente de Muel. Comienza el recorrido. Mi amigo no tiene muy claro donde empieza el trayecto, ya que nos parece que existen dos posibles accesos a la ribera, uno un poco más abajo de la ermita, que hemos visto al pasar con el coche, y otro siguiendo hacia adelante y dejando ésta a la izquierda. Elegimos esta opción por conocer yo algo el camino, aunque tampoco lo tengo muy claro. La verdad es que una indicación, o pequeño cartel, vendría de maravilla.

La pista al principio es asfaltada, con aceras y alguna casa a la derecha. Una de ellas es el restaurante «El Romeral de Goya». También alternan campos, salpicados con algunos almendros, todo esto como digo a nuestra derecha, mientras que a nuestra izquierda se levanta una loma a modo de suave pared. Al poco rato, y llegados a un paso de cebra, el camino gira bruscamente a la derecha y flanqueado por una valla de ladrillo gris, aún con su trozo de acera correspondiente, se convierte en una pista de tierra. Hay que seguirla. Empiezan a aparecer los primeros cañizares, se pasan algunas casas de labor, alguna en muy mal estado, yo creo que abandonada hace mucho tiempo, y el camino va descendiendo lentamente hacia el río, hasta llegar a una bonita arboleda que en verano debe ser un oasis de sombra y frescor. Es el momento en que esta pista se une a otra que ya viene siguiendo el río que ya tenemos a la vista. Quizás es el camino de abajo que antes no escogimos para iniciar la excursión.


Los preciosos almendros en flor

En este momento hay dos opciones, o seguir la pista por la margen derecha del río, o cruzarlo. Obviamente, cruzarlo, no, pues vamos a seguir la senda del Huerva. Es un lugar muy tranquilo y lleno de árboles y vegetación. Ahora sin hojas pero en verano debe ser muy agradable. Paramos un momento y decido darme algo de crema solar y de paso nos hacemos alguna foto pues merece la pena. Cuesta mucho hacer fotos apoyando el pequeño trípode que llevo en cualquier rama que se preste. Mas que nada encontrar un buen punto de apoyo, no se me vaya a caer. Pero a mí nada se me resiste, pues tengo mucha paciencia hasta que encuentro el encuadre que a mí me parece el idóneo, ni siquiera la morera que a mis pies se empeña en engancharse con sus espinas a mis pantalones. En otra perspectiva, sólo un coche rojo aparcado en un lateral le quita encanto a la vista de la arboleda y la pista. Pero también le da dimensión humana.


La primera arboleda del camino, junto al río Huerva, a la salida del pueblo de Muel

Estamos en ello, cuando se escucha un potente motor que en un principio no se sabe de donde viene. Al pronto, aparece un tractor con una pala y su correspondiente remolque y cruza el río en dirección al pueblo. No hay mucho caudal, y se puede vadear tranquilamente. El cargamento, estiércol.

Continuamos la marcha y al poco rato el camino arbolado se va convirtiendo en una senda más estrecha, siempre con el río a nuestra derecha. El Huerva aquí no es gran cosa. Nada que ver con el que cruza por Zaragoza. Se va progresando por el soto y las alamedas, y vemos algunos carteles indicativos de zonas de interés, como uno que se refiere al árbol de las niñas, otro que habla de un conjunto de tamarices singulares, otro del pocico de los maderos. De vez en cuando aparecen unas marcas azules y blancas en piedras y postes indicativas de la senda. Vamos bien.


Túneles de cañas

En el álamo de las niñas.

La zona es agradable, con mucha vegetación, A ratos las cañas parecen paredes y el camino se estrecha como en una especie de pasillo. Después se abre, cuando se pasa por tierras de cultivo, y se hace pista de nuevo. Unos perros, varios de ellos, pastores alemanes, que están tras una valla metálica y junto a unas casetas nos reciben con sus ladridos amenazantes. Son 6 ó 7 y menos mal que están encerrados porque no gastan muy buenos modos. Seguimos el paseo y la senda vuelve a estrecharse, pero hay una especie de palo de escoba plantado en el suelo y lleva los colores azul y blanco indicativos. Es el camino a seguir.

Grupo de tamarices singulares
Hasta seis pastores alemanes nos «saludan» con sus ladridos, pero hay más

Seguimos tranquilamente. No nos importa parar a hacer fotos o a disfrutar del lugar. Ángel en eso es como yo. La excursión es para disfrutar del destino pero también del camino. Si algo nos gusta, o merece la pena contemplar más detenidamente, se hace un alto.

Pasillos encañados, árboles, vegetación por doquier, todo es una fiesta de vida vegetal. De pronto, vemos una especie de estructura metálica a modo de torre con una silla en lo alto. Parece un observatorio de aves o algo así. Mi amigo Ángel decide subirse a ver que se ve. Cuando baja se da cuenta que el artilugio no está asentado en el suelo, sino sólo apoyado, menos mal que no se ha vencido con él arriba.

Mas cañas y en una piedra la marca blanca y azul. No te puedes perder. Ver las indicaciones te da la seguridad de que vas bien aunque el camino está bien marcado. Otro cartel, Ahora pone azud, nos acercamos a ver que es, desviándonos levemente del camino, resultando ser precisamente eso, una presilla que contiene las aguas del Huerva.

El camino se va alternando con zonas más anchas y más estrechas, pero siempre gratificante y bonito y con el río a la derecha. Vemos otra poza, esta vez sin señalizar, y comprobamos con un tronco su profundidad, a ver hasta donde deja marca el agua. Calculamos que un metro escaso.


El río Huerva, en esta zona poca cosa, en comparación con el caudal que lleva en Zaragoza

La arboleda bien merece un alto para hacerse la foto

Alternamos los cañizares, las arboledas, las moreras y el espacio algo más abierto. El Huerva, siempre a nuestro lado.

Finalmente, a lo lejos, y entre los árboles se adivina el pueblo de Mezalocha y la torre de la iglesia. Ese es nuestro destino ya a la vista. Dejamos las últimas estrecheces del camino, pero creo que algo hemos hecho mal porque salimos a una huerta de cardos. Hemos perdido la senda. Bueno, es igual, de la excursión anterior yo sabía que había que llegar a la casa del antiguo molino de pan de Mezalocha, y la tenemos a la vista. Cruzamos el campo con cuidado de no estropear nada, por una zona sin sembrar, y llegamos a la casa del molinero. Aquí acaba la primera parte de la excursión. Nos ha encantado. Estamos frescos y nada cansados. Tampoco hay motivo, son sólo 5,5 km aproximadamente. Ahora ya llevo a mi amigo por el camino que conozco hacia la presa de Mezalocha y el Pantano. Nos iba a aguardar una grata sorpresa que la otra vez no tuve oportunidad de disfrutar.

El pueblo de Mezalocha

La presa de Mezalocha, que guarda el embalse de su nombre se construyó entre 1743 y 1746. Pero todo acabó mal. Colapsó el 20 de junio de 1766, reventando la mampostería. Pero fue porque se hizo mal.
La presa no se cimentó sobre la roca, sino que su zona central se apoyó en el cauce del río directamente sobre las gravas y arenas del aluvial.
La avenida que produjo la rotura de Mezalocha afectó a todo el valle del Huerva hasta su desembocadura en el río Ebro, en Zaragoza. Al pasar por el municipio de Muel causó graves daños en la ermita de Nuestra Señora de la Fuente, cimentada sobre la presa romana de Muel, alcanzando la lámina de inundación la altura de 1,80 m, de hecho, en la primera excursión a Muel que hice y ya dentro de la ermita, pude ver una placa donde viene reflejado el evento y la marca de hasta donde llegó el agua. En cuanto a las pérdidas en vidas humanas, seguro que las hubo, pero no existen registros.

¿Se dejo la presa entonces destruída? ¿Quedó la ermita también malograda? Evidentemente, no. En ambos casos, se iniciaron las reconstrucciones y se devolvieron las cosas a su estado original. La ermita fue restaurada cuatro años después, hacia 1770 y se contrató nada menos que a Francisco de Goya y Lucientes para que decorara las cuatro pechinas de la nueva capilla, pinturas que se pueden contemplar actualmente y que como ya os explicaré en la entrada del blog referente a la primera excursión que hice a esta zona, las pude ver en todo su esplendor.

En cuanto a la presa, se terminó de reconstruir en 1903, y es la que hoy se puede ver. Tiene 32 metros de altura y almacena un volumen de agua de 3.916.319 m³.

Como decía, desde el molino y siguiendo un camino a la izquierda que se aleja del pueblo, enseguida aparecen unos carteles que indican la dirección al pantano. Se sigue caminando como unos 500 metros y al poco llegas a la zona donde se asienta propiamente la presa. Pero cual fue mi sorpresa que así como la vez anterior el puente que cruza la zona de desagüe del pantano hasta la casa del guarda estaba cerrado, esta vez estaba abierto y se podía cruzar. Así que lo hicimos, y «sobrevolamos» por el puente las rocas del fondo hasta llegar a una casa de dos plantas, de estilo rural y que ya tendría su buen montón de años. Aparentemente allí no parecía vivir nadie, pero las ventanas tenían macetas con plantas que parecían bien cuidadas. Aparcado en el recinto había un Mercedes Benz 190 E de los años 90, con la ITV caducada desde el 2015, y con señales de estar ahí parado desde hace mucho tiempo. Mirándolo bien, y comparándolo con la estrechez del puente, mi amigo y yo nos preguntábamos como había sido posible que semejante coche cruzara al otro lado, pues otro acceso no hay. Muy justo tuvo que pasar.

En este punto aprovechamos para beber un poco de agua, yo llevo una botella de litro y medio, suficiente para no pasar sed. De pronto notamos que el cielo empieza a salpicarse de más nubes que cuando llegamos y que se está levantando un viento que a ratos trae rachas. Pero todavía brilla el sol. Observamos que se puede avanzar hacia la parte de atrás de la casa y que es un buen punto para contemplar la presa desde media altura. Desde ahí se aprecia una buena imagen del conjunto. En un lateral de la estructura de la presa encontramos una especie de torreón que en su base tiene una puerta de hierro a modo de reja y que está abierta. Miramos dentro y vemos unas escaleras de caracol bastante estrechas. Comenzamos a subirlas a ver donde llevan. Son tamaño mini, la gente en 1903 debía ser bastante mas pequeña, pienso, o lo hicieron a idea, el caso es que sirven para su cometido, que no es otro que , tal y como vimos, subir hasta el arco superior de la presa.

Una vez arriba salimos y lo primero que nos encontramos es con un vendaval. ¿Pero que es esto? Hay que sujetarse las gorras o nos arriesgamos a que vuelen al agua. El tiempo está cambiando rápidamente, y el viento arrecia. Comenzamos a caminar por encima de la presa. El pantano a un lado, de un bonito color azulado-turquesa, salpicado en su superficie de pequeñas olas que parecen casi marinas,y al otro, el arco de piedra y mampostería que contiene el agua y que llega hasta abajo, hasta el cauce del río Huerva.

En la foto no se «siente» el viento que hacía pero era muy fuerte y con rachas importantes
Olas en la superficie del pantano, árboles enteros arrinconados
Al final, elegimos ir por la senda de la margen derecha al mirador del Hocino

Llegamos al otro lado y allí decidimos si seguimos por la margen izquierda del pantano o si volvemos a la margen derecha y le enseño a mi amigo la zona que visité la vez anterior. Decidimos ir a lo conocido por mí y desconocido en parte por él y volvemos sobre nuestros pasos. Cruzar, bajar las escaleras de caracol, la casa, cruzar otra vez el primer puente y regreso al punto inicial.

Reiniciamos la marcha y seguimos recto, hacia las paredes de roca, dejando a la derecha un camino que lleva directamente a la orilla del pantano y en el que un cartel advierte sobre el peligro del mejillón cebra, prohibiendo temporalmente la navegación.

El camino asciende, y vamos ganando altura sobre el pantano. Al principio es relativamente fácil, Llega un momento en que la presa se ve ahí abajo, pequeña, casi ridícula en comparación con el entorno. Desde el principio prácticamente la ruta se convierte en una senda estrecha, que cruza la ladera, formada principalmente de piedras, en algunos sitios glera, y en algunos tramos algo expuesta. El recorrido es exigente pero llevadero, yo lo calificaría de una dificultad moderada.

Iniciamos el camino, que va tomando altura, flanqueado por las aliagas en flor .
Estos árboles, la vez anterior que estuve, no estaban cubiertos por el agua
A medida que se va ascendiendo se distingue la forma del vaso de la presa que se ve casi diminuta ahí abajo.
Las aliagas, con su flor amarilla característica, y el pantano en azul turquesa

Pronto la senda va paralela a las paredes de roca, que se elevan sobre nuestras cabezas. Son cortados de una gran belleza, cuando les da el sol destilan un color marrón-rojizo, que aún los hace más llamativos. Por un momento me recuerda a un paisaje prehistórico, se podría uno haciendo un experimento imaginativo visualizar un velociraptor o un pterodactylus surcar el cielo, propio de cualquier película de Spielberg.

Son de roca caliza. Se formaron a base de sedimentos, aunque no en cantidades muy grandes, y la composición es básicamente de carbonato de calcio (calcita). Por eso vemos algunos agujeros y cavernas en las paredes al ir avanzando. El agua las ha ido disolviendo lentamente, durante mucho tiempo, hasta ir creando las oquedades.

Lo que hizo aparecer esta roca fue un proceso muy antiguo. En esta zona existía un mar interior, poco profundo, y el clima era más parecido al tropical de hoy en día. Poco a poco fueron depositándose los esqueletos carbonatados de seres vivos en el fondo de este mar. Los procesos químicos y el tiempo fueron convirtiendo estos depósitos en piedra.
Después durante mucho tiempo, los movimientos orogénicos hicieron su trabajo, el mar desapareció y se elevaron los sedimentos estratificados hasta lo que se ve hoy en día.

Rocas calcáreas, esculpidas durante cientos de miles de años por los elementos

Así que vamos avanzando y podemos ver una gran gruta en forma de agujero en lo alto. Mi amigo propone intentar subir a verlo. En un principio parece factible. Lo intentamos. Vamos subiendo, con cuidado pues hay muchas lascas de piedra, y al final logramos acercarnos. Ángel se sitúa en una zona muy próxima, pero después de valorar las posibles alternativas, tanto él como yo decidimos que está complicada, ya no tanto la subida sino la bajada, y preferimos no jugárnosla. Hemos venido a disfrutar, no a pasar mal rato ni arriesgarnos a un percance. En esto lo tenemos muy claro los dos. Así que volvemos a bajar con cuidado y volvemos a la senda.

La cueva, por lo menos tenía 5 o 6 metros de altura y 3 de ancho. No era para nada pequeña.

Vamos viendo los murallones de piedra y uno de los que se ven, y mucho, y que está entre los más altos, es la Peña del Moro, con más de 80 metros de altura. Es lugar de entrenamiento para la escalada, donde se ven rutas ya hechas por montañeros y que han bautizado,con curiosos nombres que están escritos en la piedra con pintura.

En este punto hay colocada en la pared de roca una placa que recuerda el fallecimiento en accidente de dos escaladores. Su visión me da que pensar, y en cierta manera me sobrecoge. Es inevitable posicionarse mentalmente en los Mallos de Riglos y recordar al zaragozano Alberto Rabadá y a Ernesto Navarro, del pueblo también zaragozano de Fuencalderas, que usaron como lugar de entrenamiento esta pared de Mezalocha y que fallecieron trágicamente, de agotamiento y frío, en la cara norte del Eiger (3.970 m).

Memorial de los dos escaladores fallecidos en 1.964
Frente a la placa conmemorativa, el trípode apoyado en un saliente de la pared de roca. Detrás, la margen izquierda.

Los nombres que ahí figuran son los de Jesús María González y Eduardo Martínez, muertos el 7 de mayo de 1.964 y que cayeron desde la parte alta de la vía original de la Peña del Moro. Tuvo que resultar muy difícil la apertura de esta vía de rocas tan verticales e inseguras, con los limitados recursos que contaban en la época. Los dos eran muy jóvenes de 14 y 17 años respectivamente y con poca experiencia. Al parecer, el día en que murieron, varios compañeros con los que habían acudido a la zona los vieron, ya al atardecer, cerca de la cima, pero como tenían que regresar andando hasta Muel para coger el tren, no los esperaron.

Ya por la noche, y como no habían vuelto a su casa, los padres se empezaron a intranquilizar y pensaron que quizás habían perdido el último tren. Como no tenían noticias, ya por la mañana se desplazaron a Mezalocha únicamente para encontrar a sus hijos muertos y despeñados al pie de la pared de roca. Una gran desgracia.

Un año después, en mayo de 1.965, dos escaladores, Ursi Abajo y Gregorio Villarig, abrieron una vía en los Mallos de Riglos que bautizaron en su honor con el nombre de vía Martínez-González y que recorre el Pisón.

Cuando ocurrieron todos estos hechos yo ni siquiera había nacido, pero se conservan frescos en la memoria colectiva del mundillo de la escalada. Recientemente, el 2 de septiembre de 2018, un montañero de San Juan de Mozarrifar, pueblo cercano a Zaragoza, se precipitó desde una altura de 20 metros en una pared denominada Techo de las Higueras, pero las cuerdas lo sujetaron y no llegó a caer hasta el suelo. A pesar de ello tuvo múltiples fracturas, sobre todo en las piernas. Afortunadamente el desenlace no fue fatal. Se da la circunstancia, como ya he comentado, que yo había pasado por allí caminando en el mes de julio de 2018 con mi amigo David, cuando hice por primera vez este recorrido.

La senda sigue en paralelo la pared de roca, a buena altura sobre el pantano, hay que ir con cuidado.

Afortunadamente hoy en día todo el mundo lleva los móviles, se dispone del GPS, existe el 112… pero la prudencia, medir las fuerzas propias y una buena dosis de sentido común es lo más importante y eso no lo suple nada.

Pues bien, mi amigo Ángel, tal y como me había comentado, había llegado hasta la placa pero no más allá. No conocía el mirador del Hocino, con lo cual sabía que le iba a gustar, pues es una visión espectacular. O al menos a mí me lo pareció la última vez que estuve. Se sigue avanzando por la senda siempre expuesta, a ratos con la pared muy próxima, otros, más alejada, pero siempre en altura sobre el pantano, el camino es estrecho,y el terreno que lo rodea es de glera principalmente.

Llegados a un punto del recorrido te topas con un pequeño barranco que hay que cruzar, el camino lo rodea levemente y se se continúa avanzando. El paisaje calcáreo sigue mostrando todo su esplendor. Una vez cruzado, se sigue subiendo, el camino va entre la vegetación, básicamente compuesta por arbustos de tomillares, aliagares y romerales. El viento es muy fuerte durante todo el trayecto. Sólo en algún punto puedes ponerte al socaire, y dejar de sentir su continuo azote. El cielo se empieza a encapotar. El sol, que en cierta medida nos regalaba su calor, de repente se cubre con una gran nube que parece presagiar que se nos va a estropear el día. Además,anunciaron máximas de 17 grados en la zona del valle del Ebro, pero aquí con el viento y nublado la sensación térmica es de hacer más frío.

Mientras, podemos observar grandes rapaces: buitres leonados, sobre todo, y creo que algún águila real, intento hacer alguna foto, pero van muy rápido surcando el cielo y a contraluz, mi cámara no puede reaccionar salvo que me vuelvan a sobrevolar, y es algo que no sucede. Un buitre que vuela muy alto logro fotografiar, pero la imagen no es de gran calidad.Mi amigo Ángel me explica que en las zonas donde en la roca hay manchas blancas es que están los nidos de los buitres, ya que son marcas de sus heces.

Pues bien, ya superado este tramo llegas propiamente a lo que es el mirador del Hocino, un cortado espectacular por donde entra parte del agua del pantano. La vista merece la pena, es francamente bonito. El entorno que lo rodea no desmerece en absoluto. Hasta donde alcanza la vista sigue el embalse de Mezalocha, y en el horizonte lejano se puede distinguir un gran edificio de color marrón, el de la bodega aragonesa ‘Pago de Aylés’ que por cierto, acaba de recibir el premio al ‘mejor vino de España 2018’ más concretamente el “Premio Alimentos de España al mejor vino 2018” que ha sido para el vino “s” de Pago de Aylés, elaborado a base de un 100% de uva garnacha.Y es que no hay que olvidar que nos encontramos en la Comarca de Cariñena, tierra de buenísimos caldos.

Con el zoom, el edificio que se veía en el horizonte lejano, resulta ser el de las bodegas vinícolas Aylés.

Mirador del Hocino
Mi amigo Ángel Sánchez con el hocino a sus espaldas.

En ese rato, en el mirador, el tiempo se para. Nos lo tomamos para disfrutar del entorno. No se oye nada, salvo el viento y el ruido que hace el agua del pantano al chocar contra la orilla mucho más abajo. Es una sensación de paz total, en sitios así es cuando te das cuenta que merece la pena salir al monte. Como decimos los dos en ese momento «esto no tiene precio».

A tan sólo 32 km de Zaragoza capital tenemos estos paisajes, para algunos desconocidos. Merece la pena visitarlos.

Hocino. ¿por qué se llama así? un hocino en principio sería una pequeña hoz, pero en términos geográficos sería algo así como el estrechamiento que queda entre el cauce de un río que va por un desfiladero y la montaña, salvo que en este caso lo que queda encajado es el pantano.

Llegados a este punto hay que decidir. El día sigue estropeándose. La idea inicial era rodear el pantano, haciendo una circular si era posible, pero son muchas horas y no nos va a dar tiempo. Además queremos ver el pueblo de Mezalocha y hay que volver andando a Muel donde hemos dejado el coche. Así que optamos por avanzar un rato más, más allá del mirador, adentrándonos paralelos al desfiladero por la parte alta hasta ver hasta donde se puede llegar, pero con el tiempo tasado. Vamos a avanzar media hora más, o máximo una hora, y volvemos.

Dejamos el mirador y nos adentramos desfiladero adentro siguiendo, de momento, la senda.

Cuanto más avanzamos más nos sorprendemos. Es todo muy espectacular. El fondo del desfiladero va haciendo eses, las paredes en cortado, y las vistas al fondo invitan a proseguir y a alcanzar altura, pasando al otro lado del barranco y superando una loma que seguramente nos permitiría continuar hasta la cola del pantano por encima de las buitreras.

Nos hacemos fotos y algunas con el automático, usando mi pequeño trípode de patas que se pueden doblar sobre sí mismas ¿alguien recuerda aquellos dibujos del inspector Gadget y sus brazos y piernas?. ¡Qué difícil es a veces colocarlo donde no hay nada que sirva de apoyo!. Algunos arbustos más altos me sirven, tengo que perder tiempo en agarrarlo bien o me arriesgo a que se me caiga la cámara, y las digitales no soportan nada bien los golpes.

El camino, que se distingue a ratos, va entre los arbustos y matorrales pero a su alrededor hay mucha piedra suelta. Hay que tener cuidado.Llega un momento en que desaparece. No hay senda. Normal, seguro que el que viene aquí se queda en el mirador y punto. Menos pisadas, menos camino. Pues se pierden una parte muy chula , que se puede ver sólo si avanzan un poco más.

Qué buena fortaleza se podría hacer ahí arriba
Cientos de miles de años, como poco, se han necesitado para cortar y esculpir la roca de estos desfiladeros.
A la derecha de la imagen se ve la senda, en forma de raya entre la vegetación, al final, acabará por desaparecer.

En esta parte, hace menos viento, hemos girado hacia la izquierda y la propia montaña nos protege algo. El cielo sigue tiñéndose más y más de gris, y las nubes avanzan. Esto nos frena un poco. A ver si no va a acompañar el día. Pero lo que nos hace volver es algo más peligroso. El camino si se puede llamar así, llega a una zona en la que hay que pasar por una especie de escupidera de piedras. No nos hace ninguna gracia tenerlo que superar. Un resbalón y caes a plomo por el cortado. Aún hay algunos metros . No lo vamos a cruzar.
Hasta aquí llegamos.Terreno inestable. Mejor desistir. Hay que saber cuando se debe dar la vuelta.No nos la jugamos. Si acaso podríamos apartarnos más hacia la base de la pared y superar el tramo mucho más arriba, donde no hay peligro. Pero esto ya nos llevaría mucho tiempo y no lo tenemos. Decidimos pues en este punto volver hacia Muel y dar por terminada la excursión. Antes gritamos para ver si hay eco, efectivamente los cortados devuelven nuestra voz, y Ángel prueba a tirar algunos pedruscos. Se oye como caen y van rebotando, pero también producen cierto eco. Hay altura.

Ya no hay camino ni senda que seguir, la posible ruta no parece segura en absoluto

Pero algo que no había visto nunca se iba a presentar. Al pronto, aparece en el horizonte, lejos, arriba y sobre las peñas una cabra salvaje. Y luego otra. ¿Nos hay oído y acuden a mirar? A veces quietas, otras yendo de aquí y para allá. Dicen que hay un grupo importante. Aquí apenas notamos el aire, afortunadamente estamos a socaire.

Si uno se fija bien, recortada sobre el cielo azul de fondo, se ve el perfil de una cabra montés
Con el zoom logro captar la imagen de la cabra montés que se ve recortada sobre el fondo, en la foto anterior.

La cabra montés (Capra pyrenaica) se detectó en los alrededores de Zaragoza hace una década. Eran ejemplares provenientes de la provincia de Teruel, donde se cree que hay cerca de 12.000. Se instaló en distintos grupos en el corredor del Huerva, en localidades como Mezalocha, Muel, Torrecilla, Cuarte, Cadrete y María de Huerva. Ahora, ya las han visto cerca de La Puebla de Alfindén, han salvado entonces la autovía y el río Ebro. ¡Increíble!. Dicen que han cruzado por el puente que hay desde la Cartuja, a la otra orilla del Ebro, uno que he visitado y que se llama el puente del Bicentenario. Igual con los años llegan a los Pirineos y sustituyen al extinto bucardo.

Les hacemos fotos, porque al final son dos,como no podía ser de otra forma. Y proseguimos camino, no sin antes disfrutar un buen rato de su contemplación. Volvemos a pasar por el mirador del Hocino y se nota otra vez el viento. Va arreciando. Se hace un poco incómoda la vuelta por esto.

El tiempo empezó a cambiar pronto. Las nubes se iban adueñando del cielo y el aire arreciaba

Dejamos el mirador y algo no va bien. El camino que hemos tomado va en ascenso y se va enriscando. Ya me pasó la otra vez que estuve. Es muy fácil confundirse. Hay que tomarlo desde más abajo. Algunas sendas tienen marcas con piedras en forma de pirámide pero pensamos que son más bien para conducir a las vías de escalada. Retrocedemos. Al final encontramos el camino por donde habíamos venido. No sin antes hacer una foto y dejarnos bien grabado en la mente para otra ocasión el lugar correcto.

Desde aquí comienza el camino de vuelta desde el Hocino, no equivocarse. Es fácil despistarse.
Encontramos el camino correcto, que discurre, al menos en este tramo, a menos altura que el erróneo.

Vamos volviendo y de pronto, casi a nuestros pies, alza el vuelo un buitre leonado, gigantesco, ¡que maravilla! , distingo sus potentes alas, de una gran envergadura y el tono marronáceo de su plumaje. Es una visión muy hermosa, que me conecta directamente con la naturaleza, y me hace sentir parte de ella, de un todo. No me da tiempo a hacerle foto. ¡Qué lástima! hubiera salido muy bien.

Poco a poco, y dentro del horario previsto empezamos a vislumbrar la presa que habíamos dejado antes. Bajamos hasta el pantano. Ya se termina la senda. Mucho viento. Hay gente, se han acercado a ver el pantano, es tarde de domingo. Hay algunas familias. El tiempo no acompaña. Decidimos ir a ver Mezalocha.

Cruzamos de nuevo por encima de la presa y subimos por unas escaleras que están en la margen izquierda. Son muy amplias con su correspondiente barandilla. Al llegar arriba se puede ver la presa desde el otro lado.

Parece mentira que esa «pared de piedra» contenga y pare el empuje de tantos y tantos metros cúbicos de agua.
Subimos por la parte «civilizada» hacia Mezalocha.

Luego por una pista asfaltada llegas a la parte alta del pueblo. Huele a carne a la brasa. Alguien debe estar haciendo una buena barbacoa.

A mi espalda, Mezalocha. Estamos en la parte alta.
Una carnicería muy rural. Tiene su banco y todo para esperar tu turno.

Después descendiendo llegamos hasta la iglesia. El pueblo es pequeño, con casas agolpadas unas encima de otras, y con calles en cuesta que suben y bajan. Se recorre rápido. No hay nada que me llame especialmente la atención. La iglesia está en una calle bastante estrecha. No veo plazas o zonas abiertas como en otros pueblos que he visitado. Tal vez lo escarpado de la zona no lo permita. La poca gente que hay, son unos cazadores que, en animada charla van montando en sus coches imagino que para volver a su casa.

Ya visto el pueblo, volvemos. Hay dos alternativas, o por la pista rural o agrícola que hice en el primer viaje, o por donde hemos venido. Decidimos volver por donde vinimos, más que nada porque pensamos que estará más guarnecido del viento.

Volvemos a cruzar con cuidado el campo de cardos, y encontramos el camino de vuelta. El día ya está de caída, pero parece más tarde y hay menos luz porque hay nubes que tapan el sol poniente. Hace fresco. Frío diría yo. La temperatura ha caído rápidamente. Pero el camino sigue regalándonos esos bonitos frutales en flor. Almendros, ciruelos en pleno estallido de color.

Vamos siguiendo el curso del Huerva. En un desvío nos equivocamos y nos confundimos de camino. Hay que retroceder. Nos damos cuenta pronto, así que no es mucho lo recorrido en falso. Nos topamos otra vez con los pastores alemanes que no paran de ladrar y esta vez aún hay mas. No sé que será eso y por qué tienen tantos perros iguales. Seguimos camino y descubrimos que alguien para asustar a los pájaros ha puesto en unos cercados unas botellas de plástico grandes a las que les ha hecho unos cortes y ha sacado parte del material hacia afuera, a modo de alas, lo que al dar el aire las hace girar deprisa. Buen invento.

Este ciruelo está en flor. En el campo ya les han salido las hojas verdes. Cada árbol lleva su ritmo.

Ya sobre las 18,30 horas llegamos al coche que está aparcado al lado de la ermita de Muel. Volvemos por la autovía Mudéjar. Ha sido una buena excursión, nos hemos divertido y sobre todo hemos hecho ejercicio y nos hemos desestresado del trabajo y de las preocupaciones, que es de lo que se trata. Prometemos volver para hacer la margen izquierda del vaso del pantano y quizás llegar hasta Aylés o hacer una circular con más tiempo. Han sido unos 16 km y hemos quemado 897 kcal. Pero esto en cuanto a distancia tampoco es demasiado, pero seguro que en la práctica ha sido mucho más pues hemos subido un buen desnivel y el recorrido sin ser duro, ha sido de dificultad moderada al menos en la última parte.

Como siempre digo, espero que haya gustado el relato de la excursión.
Podéis dejar comentarios o ideas en mi blog, para decirme que os ha parecido. Si queréis le podéis dar un me gusta en la estrella que sale debajo de la opción de compartir abajo del todo. Gracias y ¡Hasta pronto! ¡Hasta la próxima!

Este ciruelo está en flor. En el campo ya les han salido las hojas verdes. Cada árbol lleva su ritmo.

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